1975 Un año sin memoria

El 27 de septiembre de 1975 la dictadura Franquista ejecuta sus 5 últimos fusilamientos en 3 ciudades españolas, Barcelona, Burgos y Madrid.
José Humberto Baena de 24 años, fue el último fusilado por el régimen fascista del General Franco y era inocente.
Dentro de unos días se cumplirán 36 años de este asesinato.  José Humberto tendría la misma edad que el actual presidente del congreso José Bono.
Fue el año que vio nacer a Angelina Jolie, David Beckham, Charlize Theron, Drew Barrymore, José Tomás, Chenoa, Enrique Iglesias, Natalia Verbeke y a mi hermano David entre otros.
 También fue el año que nació la empresa de software Microsoft de la mano de Bill Gates y Paul Allen. Fue también el año en que se patentó el Cubo Rubik en Hungría, se estrenaba la película “Tiburón” o se le dio el Oscar a “Alguién voló sobre el nido del cuco”.  Margaret Thatcher  emergía como presidenta del Partido Conservador Británico, el Tribunal Constitucional de Italia permitía el aborto terapéutico y Estados Unidos enviaba a Marte la sonda Viking 1. ¿No sentís más cercano el año 75?.
Leyendo la vida de este joven gallego, no puedo dejar de pensar en el paralelismo que tendría hoy su vida en nuestra época. Podría ser cualquiera de los indignados que salen hoy a nuestras plazas a protestar por una política mas justa. Un perro flauta mas, dispuesto a dar la cara y a protestar por tener un presente digno y un futuro esperanzador.
 En aquella España convulsa había muchos indignados que huían de las porras de los grises y que salían a la calle a pintar insignias, poner carteles y a apoyar las manifestaciones que florecían en todas las provincias de este pais.
Pero eran épocas distintas. El régimen militar estaba dando sus últimos coletazos y cualquier protesta por tus derechos eran  reprimido enérgicamente y en muchos casos a tiros. Simplemente por estar afiliado a un partido era razón suficiente para ser sospechoso de cualquier cosa. Y si estás en el sitio equivocado, mala suerte. El comisario Roberto Conesa y su lugarteniente Juan Antonio González Pacheco apodado “Billy el niño” fueron los encargados de buscar a los culpables de un atentado. Ellos no iban a fallar en su propósito. Culparon a José Humberto Baena pese a que una mujer testigo del atentado se presentara en comisaría después de haber visto la cara del detenido Humberto por televisión y testificar que el no era quien ella había visto atentar el 14 de julio contra un policía armado. No fue escuchada.
El dictador era un anciano que aún veía monstruos rojos masónicos y las fuerzas establecidas de la dictadura querían enrocarse al sistema que les alimentaba.

Ese mismo año, el 22 de noviembre era nombrado Rey de España Don Juan Carlos I de Borbón después de la muerte del dictador. La Constitución no vendría hasta 1978.

Creo en la inocencia de José Humberto Baena. La carta de despedida a sus padres me dice que fue una persona valiente y que su desgracia fue estar en el sitio equivocado en el momento equivocado.

Dicen que los pueblos que no tienen memoria están condenados a repetir sus errores.
En España nos niegan tener memoria. Jurídicamente solo es posible tener memoria a partir del año 1978. Así lo expresa el Tribunal Constitucional no aceptando la revisión de la condena de José Humberto Baena por haber sido juzgado antes de esa fecha.

José Humberto Baena nació en una familia humilde. Al terminal el bachillerato y con la ayuda económica de unos familiares empezó la carrera de Filosofía y letras en la Universidad de Santiago de Compostela. Durante este curso participó en manifestaciones estudiantiles por lo cual fue detenido y expedientado. A pesar de ser absuelto de los cargos imputados 2 años mas tarde, pasó un mes detenido y se vio imposibilitado de seguir sus estudios. Tuvo muchas dificultades para conseguir un puesto de trabajo ya que para trabajar te pedían un certificado de buena conducta que la policía le negaba. No podía tener pasaporte ni sacarse el carnet de conducir. Trabajó en un comercio, de camarero y de vendedor de libros.
Estuvo en Madrid haciendo el Servicio Militar obligatorio. Aprovechando su estancia en la capital, se hizo militante del PCE.
Al terminar el servicio militar volvió a Vigo. En 1974 participo en las protestas por la ejecución a “garrote vil” de Salvador Puig Antich. 
El 1 de mayo de 1975 en una manifestación en Vigo, una bala perdida de un policía mató a un trabajador de Fenosa que estaba viendo la manifestación. José Humberto Baena no participó en la manifestación pero al enterarse de los hechos se juntó con otras 13 personas para poder comprar una corona al fallecido y ponerle una esquela en el “Faro de Vigo” que criticaba la actuación policial. Para poner la esquela tuvieron que dar sus nombres y DNI. Al dia siguiente la policía empieza a detener a los que hicieron la colecta y José Humberto decide huir a Portugal por el miedo a ser encarcelado. Poco mas tarde vuelve a Madrid para involucrarse mas en la lucha política.
 El 22 de Julio es detenido y acusado de haber asesinado al policía armado Lucio Rodríguez el 14 de Julio.
Fue condenado a muerte en Juicio Sumarísimo pese a que un testigo presencial dijo que no se parecía al autor del atentado y pese a que su pasaporte demostraba que el dia que se perpetró  el atentado José Humberto  se encontraba en Portugal.
La únicas pruebas que presentó la acusación fueron las declaraciones que el acusado había hecho a la policía y a la guardia civil arrancadas por el dolor de la tortura. En el Consejo de Guerra José Humberto lo único que reconoció fue pertenecer al Partido Comunista y haber sido torturado tal como demostraban las múltiples heridas de su cuerpo. Sus abogados no pudieron hacer ni siquiera una pregunta o argumentación. Cada vez que pedían la palabra se les denegó y tras sus protestas fueron expulsados de la sala a punta de pistola. José Humberto se declaró inocente. Su sentencia estaba predeterminada antes que empezara la farsa de juicio.
El 26  de Septiembre el Consejo de Ministros confirma la pena de muerte pese  a la enérgica protesta Internacional. En Lisboa es quemada la Embajada española, Olof Palmer primer ministro sueco escribe al Dictador pidiendo clemencia, son expulsados diferentes intelectuales franceses por organizar protestas, 12 embajadores occidentales son retirados y el presidente de México pide a la ONU que expulse a España de la organización. Como anécdota y como castigo a México, al  Gobierno Español no se le ocurre otra cosa que prohibir las rancheras por la radio.
El 27 de septiembre en Hoyos de Manzanares se ordenaron 3 pelotones de fusilamiento con 10 guardias civiles o policias cada uno con 1 sargento y 1 teniente, todos ellos voluntarios. A las 9:10 se ejecutó a Ramón García Sanz. 20 minutos mas tarde fusilaron a Jose Luis Sánchez Bravo y poco mas tarde fusilaban a Humberto Baena. A pesar de ser una ejecución pública, no dejaron entrar a ningún civil. El único civil que presenció las ejecuciones fue el párroco de la localidad que dijo lo siguiente:
 Además de los policías y guardias civiles que participaron en los pelotones, había otros que llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos estaban borrachos. Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los fusilados, aún respiraba. Se acercó el teniente que mandaba el pelotón y le dio el tiro de gracia, sin darme tiempo a separarme del cuerpo caído. La sangre me salpicó.






Carta de despedida de José Humberto Baena a sus padres.
Papá, mamá:

Me ejecutarán mañana de mañana.
Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero pero que la vida sigue.
Recuerdo que en tu última visita, papá, me habías dicho que fuese valiente, como un buen gallego. Lo he sido, te lo aseguro. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para ver la muerte de frente.
Siento tener que dejaros. Lo siento por vosotros que sois viejos y sé que me queréis mucho, como yo os quiero. No por mí. Pero tenéis que consolaros pensando que tenéis muchos hijos, que todo el pueblo es vuestro hijo, al menos yo así os lo pido.
¿Recordáis lo que dije en el juicio? Que mi muerte sea la última que dicte un tribunal militar. Ese era mi deseo. Pero tengo la seguridad de que habrá muchos más. ¡Mala suerte!
¡Cuánto siento morir sin poder daros ni siquiera mi último abrazo! Pero no os preocupéis, cada vez que abracéis a Fernando, el niño de Mary, o a Manolo haceros a la idea de que yo continúo en ellos.
Además, yo estaré siempre con vosotros, os lo aseguro.
Una semana más y cumpliría 25 años. Muero joven pero estoy contento y convencido.
Haced todo lo posible para llevarme a Vigo.
Como los nichos de la familia están ocupados, enterradme, si podéis, en el cementerio civil, al lado de la tumba de Ricardo Mella.
Nada más. Un abrazo muy fuerte, el último.
Adios papá, adios mamá.
Vuestro hijo:
José Humberto

EL RELOJ
Escrito por José Humberto Baena Alonso en la cárcel de Carabanchel, el 7 de Septiembre de 1975, 20 días antes de morir.
Voy a hablaros de «mi» reloj. Si me dejan, claro.
Mi reloj de pulsera es redondo y grande, de un modelo quizás un poco antiguo. Es de fabricación extranjera, como casi todo. Unos números sobre fondo azul rodean la esfera por el exterior y hacen de segundero. Los números interiores –de las horas– son clásicos, grandes y severos. Dos agujas cuadradas y una tercera larga y afilada. En el centro, sobre un fondo de luto descolorido, se pueden leer, poniendo un poco de buena voluntad, algunas palabras en inglés, como en todos los relojes. Y, por último, tiene un pequeño calendario en la parte derecha con dos doses. Veintidós. Un veintidós que deja asomar a un veintitrés tímido, lento, que pugna por salir si el tiempo no lo impide. O la mecánica. O la mano brusca del hombre.
Pero os preguntaréis por qué os hablo de mi reloj. ¡Si es como todos! No es de oro, como los de los ricos, y ni siquiera tiene muchos rubíes. Pero para mí tiene mucho valor.
Hay más motivos para que vosotros, los que no lo queréis, lo consideréis no sólo un aparato normal y vulgar, sino también para que le insultéis llamándole viejo e inútil. Mi reloj tiene la correa rota, inservible para la función que tenía que desempeñar. ¡Un viejo reloj de pulsera que ya no puede sujetarse a mi muñeca! En realidad, fue sustituido en mis muñecas por otro tipo de ataduras que no acarician como la correa, sino que se hunden en la carne, inexorables, queriendo alcanzar los huesos. ¡Las esposas!
Y, para colmo, mi reloj está parado. Sí, sí, está parado. Me llamaréis loco. ¿Para qué quiere este tío conservar un reloj en estas condiciones?, os preguntaréis.
Parado, las dos agujas grandes, cuadradas, están fijadas insensibles al paso del tiempo. Forman un ángulo obtuso, pero abierto. Parecen señalar algo. ¿O quizás acusar? De lo que sí estoy seguro es de que dicen muchas cosas.
Para mi reloj son siempre las diez y cuarto pasadas. Una de las agujas casi cubre el calendario. Ese calendario en el que permanece el número 22 quieto, invariable.
Mi reloj se obstina en marcar las diez y cuarto de la noche del día 22. Quiere callarse el mes, es su secreto. Pero él y yo sabemos que se refiere al mes de julio. Es terco como las piedras, como las cosas muertas. Pero al mismo tiempo es suave, es leve, se deja llevar y me acompaña como el mejor amigo. No en vano es regalo de mi compañera, que hoy ya no me puede regalar nada desde la cárcel de Yeserías, aparte de su amor.
Algo o alguien ha impedido que mi reloj siguiese con su monótona melodía –tic, tac, tic, tac–. Y sus agujas, que giraban como las aspas de un molino de viento, han sido «detenidas» en seco, enredadas en una telaraña acerada invisible. Ese algo o alguien no ha sido el tiempo, porque el tiempo sigue, corre, avanza implacable para el que espera. ¡Me dijeron que hoy es ya primero de septiembre! Tampoco ha tenido un fallo mecánico. El mecanismo de mi reloj no me hubiera privado voluntariamente de su musiquilla alegre y sempiterna, en estas circunstancias. ¡Ha sido la mano brusca del hombre la que me ha dejado sin un buen amigo!
En el anochecer del 22 de julio, mi reloj, que me acompañaba como siempre, fue arrojado conmigo sobre el duro asfalto de la calle Barceló y, también como yo, fue golpeado y pisoteado. Y mi reloj se paró.
¿Se habrá parado por el golpe? ¿Se habrá parado como protesta? Quizás algún día, cuando yo desaparezca y él salga a la calle y sea un poco más libre, comience a andar con su lentitud acostumbrada, ciñendo la muñeca de un nuevo compañero. Pero mientras, mi reloj está muerto. ¡Lo han matado!
Dicen que el corazón humano también es un reloj. Un gran reloj rojo.
Mi corazón –y el tuyo– media o se oprime según nuestro estado de ánimo. Mi corazón también suena como un viejo reloj. Hace tic-tac. A veces, me parecen golpecitos suaves; otras, fuertes e impotentes llamadas de auxilio, gritos inútiles de un náufrago desgarrando el silencio del océano. Con frecuencia, en la soledad de la celda, me detengo a escuchar su sonido. Cuando sucede esto, suelo reaccionar con energía y enfado pensando que su monótono ruido altera la paz de las cosas que me rodean. Entonces, con los dientes apretados, mentalmente, le pido a mi corazón que se calle, que me deje dormir de una vez como duerme el suelo que yo piso, como duerme el hierro que sirve de reja a mi ventana. Pero él no se calla, no me deja, como el perro fiel al que le pegas y, pese a todo, camina tras tus pasos protegiéndote.
Hoy es ocho de septiembre. Mi corazón, aunque quisiera acompañarme siempre, dejará de hacerlo cualquier día de este mes de septiembre, de este septiembre frío, ya casi otoñal. Sus rítmicos y acompasados latidos no turbarán el silencio tras su última explosión de dolor y dicha. Cuando llegue ese momento, mi corazón estará ensanchado, crecido por la satisfacción de haber contribuido a que todos los demás corazones canten su música sin molestarse los unos a los otros, con libertad.
Mi corazón, como mi reloj, se habrá parado de una manera violenta. Alguien lo ha parado. Ha sido la mano de un hombre negro, gemelo de Hitler y Mussolini; ha sido la misma mano que frenó en seco contra el asfalto las manecillas de mi viejo reloj de pulsera. Un hombre negro, un monstruo satánico y anacrónico que lo destroza todo, que rompe una tras otra las cuerdas de los relojes del pueblo. Un hombre inhumano al que llamarán fascismo.
Mi palabra,
el eco de mi voz que, tras la muerte,
arengará a los míos
¿se callará algún día?
Mi palabra,
justicia combativa, grita fuerte
al pueblo que el 36 vencido
¡tendrá para siempre vida!
Cárcel de Carabanchel, 7-IX-1975. José Humberto Baena Alonso.

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